Hipócrates, considerado el Padre de la Medicina occidental, no fue el único pero si el más representativo y afamado de los autores del Corpvs Hipocraticvm, un compendio del saber médico de varias escuelas de la Grecia clásica que en torno al siglo V a.C. descartaron las interpretaciones mágicas y religiosas y el puro empírico por el saber fisiológico racional de sus contemporáneos, los llamados filósofos presocráticos.
La verdadera importancia de la medicina hipocrática no fue tanto un gran avance en la eficacia de sus tratamientos, en general bastante "suaves", ni en sus conocimientos anatómicos ni quirúrgicos -mucho menores, en general, que los de su contemporánea medicina India o ayurvédica-. Lo importante para un buen médico hipocrático era realizar un buen pronóstico, y en ello centraron sus esfuerzos.
Durante la mayor parte de la historia de la medicina, los médicos no cobraron por su
trabajo sino por sus resultados. Los emolumentos no se recibían por una dedicación o unos conocimientos sino por la sanación de una determinada dolencia. Cuando ésta no se conseguía la penalización sufrida podía ser muy variada, según el momento y lugar. Desde la más benevolente de no cobrar por el trabajo realizado a la más estricta de tener que pagar económicamente una compensación, sufrir un daño físico o, en casos más extremos, la muerte. Lo habitual era que el médico cuyo paciente, con el que había pactado un compromiso de tratamiento, fallecía, debía colgar en su puerta un farolillo rojo o un distintivo similar durante un tiempo establecido que, lógicamente, disminuía su prestigio y alejaba a los potenciales clientes.
Por ello el acierto en el pronóstico y la capacidad de aceptar el compromiso de tratamiento sólo con el paciente que, independientemente de la eficacia del tratamiento realizado, tenía muchas probabilidades de sanar y rechazar al que se acercaba con una dolencia de mal pronóstico, fueron las claves para diferenciar al buen médico del menos letrado. Y esta nueva habilidad en la "selección de pacientes" que le proporcionaban sus recientes conocimientos ayudó a su fuerte ascenso en el prestigio social que se mantuvo durante todo el Imperio Romano.
De este modo la gran revolución del saber médico griego benefició extraordinariamente al gremio médico pero no tanto a la población en general, pues a la hora de enfermar de una dolencia grave o de mal pronóstico el paciente se veía obligado a prometer un pago desorbitado en caso de sanación, a acudir a los peores doctores, incapaces de aventurar la gravedad de la dolencia, o a quedarse sin asistencia médica.
No es, por tanto, nada nuevo lo que han descubierto los mercachifles de la sanidad privada. La estrategia básica de la medicina privada es lo que en administración sanitaria se conoce como "selección de riesgos", un concepto muy familiar para las empresas de capital-riesgo que están detrás de la privatización de la gestión de nuestra sanidad pública. La estrategia tiene sus matices en función del modelo de negocio pero en su estructura siempre es similar.
Es la estrategia de los seguros médicos privados con pólizas atractivas para personas jóvenes sin grandes factores de riesgo para su salud pero inasumibles para personas mayores o con patologías crónicas. Cuando no se les niega directamente la posibilidad de contratar el seguro. Es la estrategia de las mutualidades de funcionarios (MUFACE, ISFAS,...) que potencian la asistencia de patologías "rentables" frente a otras más "costosas". Baste repasar para verlo el cuadro médico de cualquier mutualidad en una provincia periférica como Cuenca y ver la dotación de oncólogos, reumatólogos o cirujanos cardiovasculares. Esta estrategia de negocio viene apoyada por una política de libre elección por parte del paciente que, bajo la apariencia de una mayor libertad para el asegurado por la capacidad de decidir anualmente si quiere recibir la asistencia sanitaria a través del sistema nacional de salud o de un seguro privado, lo que esconde es la derivación de los pacientes "menos rentables" al sistema público. La misma estrategia que todos los gobiernos, por presión del importante lobby de la medicina privada, han permitido a las llamadas "empresas colaboradoras" de las grandes multinacionales, las mutuas de accidentes laborales o los seguros obligatorios de tráfico o de estudiante, anacrónicos y sin sentido en un sistema de asistencia universal como pretendía ser hasta hace unos meses el nuestro.
La estrategia siempre presente es la de "selección de riesgos" y de socializar los costes de los pacientes y las patologías menos rentables y privatizar la asistencia de los usuarios más sanos o menos costosos. La misma que se utilizó extensivamente con la gestión socialista y su política de concertación de servicios externos para la reducción de las listas de espera. Unos conciertos a los que durante años se destinaron ingentes cantidades de recursos extrapresupuestarios para la intervención de miles de varices o cataratas, mientras se les permitía -afortunadamente para los pacientes, por la escasa calidad de la atención en dichos centros- rechazar las intervenciones menos "rentables", como las prótesis de cadera, o los pacientes de mayor riesgo de complicaciones o no asumir la asistencia de las propias complicaciones de sus intervenciones.
Una sustracción de recursos públicos que dejaban de ser destinados a la creación de infraestructuras estables en los centros propios del SESCAM, siempre desestimados por sus "escasa rentabilidad" en hospitales de segundo nivel, con escasa población y, por tanto, baja prevalecía de determinadas patologías, pero que, en el fondo, a quien podían dañar era a la rentabilidad de esa red de servicios externos privados cuya fuente principal de ingresos eran los conciertos con el SESCAM. Baste un pequeño ejemplo. El pasado mes de Enero los cardiólogos del hospital tarraconense Joan XXIII ponían el grito en el cielo porque los recortes presupuestarios del Instituto Catalá de Salut suponían, entre otros, el cierre de la Unidad de Hemodinámica -y la imposibilidad de tratar adecuadamente infartos agudos de miocardio- de cuatro de la tarde a ocho de la mañana, fines de semana y festivos, teniendo que trasladar urgentemente a los pacientes a Barcelona, a 100 km de distancia. En el Hospital Virgen de la Luz de Cuenca, pese a la constante insistencia de su Servicio de Cardiología, el SESCAM siempre se negó a la implantación de dicha unidad, a pesar de que la más cercana se encuentra a 163 km de distancia. La justificación oficial: la escasa población de la provincia y la menor demanda asistencial, la misma que utiliza ahora el Partido Popular para querer cerrar algunos puntos de urgencias y consultorios rurales, incapaces de entender ambos que la población conquense, pese a su dispersión, tiene derecho tambien a unos niveles mínimos de asistencia sanitaria aunque ésta suponga un mayor coste que en una capital de mayor tamaño o un área de salud más poblada. La extraoficial: el compromiso "no escrito" de derivar dichos pacientes a la Unidad de Hemodinámica del Hospital Sur de Alcorcón, propiedad de, que nadie se extrañe, el grupo Capio Salud.
Por ello el partido socialista, responsable de la gestión sanitaria en la región, adolece de cierta falta de credibilidad cuando se opone a los planes de ampliar la colaboración público-privada en la gestión del SESCAM, que no es otra cosa que seguir exprimiendo la rentabilidad de esa "selección de riesgos". Porque, no nos engañemos, las intenciones de los intereses empresariales a los que obedecen Cospedal, Echániz y Carretero no son de privatizar todos los hospitales de la región ni mucho menos. La idea no es otra que hacerse con la gestión de ciertos hospitales donde poder llevar a cabo esa selección de riesgos y de "pacientes rentables". El objetivo de estos depredadores de la sanidad pública son hospitales de pequeño tamaño, a ser posible de reciente o próxima construcción, donde centrarse en las "comodidades hosteleras" que priman en la asistencia privada y centrarse en especialidades y patologías de escasa complicación y coste como son la asistencia obstétrica, las pruebas complementarias, la cirugía ambulatoria,... mientras que las complicaciones y los pacientes crónicos o con dolencias más complejas o costosas sean derivados a los centros de referencia que seguirán siendo de gestión pública. Una asistencia fuertemente deteriorada en inversiones para que todo aquel que pueda permitírselo prefiera contratar un seguro privado y ser atendidos en Albacete, Toledo o Ciudad Real en centros exclusivamente privados. Los centros de referencia quedarán así reducidos en número y en calidad asistencial, aparte de externalizar mediante empresas de servicios todos los trabajos no sanitarios (cocina, lencería, mantenimiento,...) con la laboralización y deterioro de las condiciones laborales de todos estos trabajadores.
Mientras tanto los hospitales comarcales de gestión privada también serán utilizados mediante conciertos por dichos seguros privados al no ser rentable para ellos invertir en infraestructuras propias puramente privadas. De este modo, la financiación pública servirá para enriquecer por una doble vía a las empresas médicas privadas, recortando de dicha financiación la asistencia de las patologías graves y costosas en los hospitales públicos de referencia, los cuales, pese a ello, gracias a esa correcta "selección de riesgos", seguirán teniendo unos costes por paciente superiores a los comarcales de gestión privada, permitiendo así la justificación de un aumento del canon por paciente en estos hospitales mientras que aparentemente se mantiene de cara a la ciudadanía desinformada la falacia del menor coste y la mayor eficiencia de la gestión privada.
Los primeros hospitales que sucumbirán según sus planes a la privatización serán los de Villarrobledo, Almansa, Tomelloso y Manzanares, pero luego seguirán otros que previamente necesitan disminuir su población de referencia y su plantilla y cartera de servicios para que dicho deterioro no sea identificado con la privatización de su gestión, como los de Cuenca, Guadalajara o Alcázar.
Este modelo de saqueo no es ninguna elucubración, sino un plan claramente deducible de las propias declaraciones de los responsables políticos, de los documentos de trabajo materno del SESCAM y del modelo implantado con anterioridad en otras comunidades y en otros paises, como Gran Bretaña o Canadá, que ya han transitado por esta rentable y demoledora senda de la privatización de los sistemas públicos de salud.
Nada nuevo bajo el sol, pero un tremendo peligro no solo para el futuro inmediato sino para varia décadas dadas las inasumibles claúsulas con las que estos amigos de lo ajeno y enemigos de lo público saben blindar sus contratos. Es el momento de evitarlo. No podemos esperar a que sea demasiado tarde.
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