Gregorio López Sanz - ATTAC Castilla-la Mancha
Ha pasado un lustro desde el inicio de la crisis de las hipotecas subprime. Cuatro años desde la caída de Lehman Brothers. Dos años y medio desde el inicio de las políticas de recortes de derechos sociales en España. Menos de dos años desde que nos “enteramos” que buena parte de los bancos y cajas españolas estaban más para allá que para acá, porque en vez de ser prudentes y cautos, se habían jugado el dinero de los depositantes, y más que habían pedido prestado, en el casino inmobiliario y especulativo. Y ahora, el Gobierno de España escenifica que se está pensando si pedir o no el rescate. Es decir, reconoce que de nada han servido todas las políticas seguidas en este tiempo, y encomienda su futuro a una troika especializada en dictar caminos de servidumbre.
En diciembre pasado, al pensar sobre todo esto, escribí dos artículos con el título “¿Debería
España salir del euro? Cuanto antes, es tarde” (ver aquí y aquí). En los mismos defendía la opción de salir del euro, de tomar las riendas de nuestro destino, aún a sabiendas de que inicialmente ello supondría un duro golpe para la economía española. Entendía que esto era preferible a la opción de dejarse arrastrar, que no era otra cosa más que una muerte a cucharillas, un camino recto y seguro para seguir empeorando en lo relativo a la garantía de los derechos sociales.
La opción de tomar las riendas no la entiendo como el impulso sin más de recetas keynesianas de reactivación de la demanda, el consumo y la producción. Es preciso superar el mito del crecimiento económico ilimitado, objetivo por excelencia del sistema capitalista y que a todas luces se ha mostrado dañino con las personas (aumento de las desigualdades sociales) y con la Naturaleza (explotación y destrucción de espacios y recursos naturales).
La opción de tomar las riendas sería para construir otra sociedad y otra economía, donde prime lo comunitario, lo público, la austeridad en la manera de satisfacer las necesidades humanas y el establecimiento de reglas del juego que pongan a las personas en primer lugar. Ello frente a la tendencia perversa que en las últimas décadas ha supuesto procesos de acumulación de renta y riqueza en pocas manos. Claro…esta nueva sociedad y economía no es el capitalismo, pero es que el capitalismo ya no nos sirve. Su etapa actual de desarrollo ha hecho añicos el supuesto contrato social representado por el Estado del Bienestar que surge tras la II Guerra Mundial. Su reproducción actual exige sacrificios durísimos a la inmensa mayoría de la población, sólo para que una élite financiera mantenga y acreciente sus privilegios.
Cuando en 1989 estudiaba la asignatura “Política Económica de los Países Subdesarrollados” en la Facultat de Ciencies Economiques i Empresarials de la Universitat de València, los profesores Jordán Galduf y Tomás Carpi nos hablaban de los problemas de la deuda externa, de la situación de dependencia de los países empobrecidos en el esquema centro-periferia, y del papel de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que con sus planes de ajuste (reducción del déficit público, privatización de servicios públicos, liberalización comercial y financiera) oprimían a los países más pobres y los hacían sumisos a las empresas transnacionales y los grandes bancos. Pues bien, 23 años después, el FMI ha desembarcado en España, Portugal, Grecia e Irlanda para aplicar a pies juntillas las únicas recetas que conoce: robar a la población de los países pobres endeudados para que los flujos de capitales sigan su camino de rapiña hacia los grandes centros financieros internacionales.
El problema no es deber mucho dinero, sino a quién se le debe. De toda la vida los estados han debido el dinero a sus propios bancos centrales, y si pasaban por apuros, pues como eran “sus” bancos centrales, se dejaban de devolver los préstamos, y no pasaba nada (el dinero al servicio de las personas). Desde el Tratado de Maastricht (1993), los estados de la zona euro sólo pueden pedir prestado a los bancos privados, y éstos, no perdonan ni un céntimo, y si los estados lo pasan mal, sus acreedores privados exigen un mayor tipo de interés para la refinanciación. Es decir, el capital especulativo está estrangulando poco a poco a los estados intervenidos hasta que venga el rescate (su rescate, el de los bancos), y después los dejan atados de pies y manos tirados en la cuneta (las personas al servicio del dinero).
Los estados (los gobiernos que los gestionan) están perdiendo su legitimidad a pasos agigantados, al mismo ritmo al que dejan de garantizar derechos básicos.Han preferido hacerse el haraquiri en vez de reinventarse y buscar soluciones audaces, novedosas y pensando en la gente. Por ello, la calle va a ser cada vez más escenario de protestas y a la vez de gestación de nuevas formas de organización social y comunitaria al margen de un capitalismo salvaje y depredador.
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