José Antonio García Sáez – ATTAC País Valencià
Carl Schmitt fue un jurista alemán procesado en los juicios de Nüremberg por colaborar con el régimen nazi. Resultó finalmente absuelto, sin embargo sus teorías influyeron de forma determinante a lo largo de la historia en la forma de comprender y gestionar lo político. Para Schmitt la esencia de lo político consistió en la capacidad para distinguir entre amigo y enemigo. La identidad del Estado se construía en base a poder determinar quiénes son amigos y quiénes enemigos. Una vez se ha calificado a un Estado o grupo como enemigo, no hay ya reglas para combatirlo. Todo vale porque el enemigo encarna el mal absoluto y, como tal, no merece seguir existiendo. Cualquiera puede reconocer estas ideas en la justificación que el gobierno de George W. Bush utilizó para invadir Irak en 2003, vulnerando todas las normas del Derecho Internacional.
Cuando el señor Antonio Moreno, jefe de la policía —nombrado, por cierto, por el ex-ministro Rubalcaba, en un acierto más a tener en cuenta en su palmarés— identifica a las personas que protestan en las calles de Valencia con el enemigo quizá no se trata más que un producto de su torpeza. No sabemos si Moreno es tan poco aficionado a los libros como los antidisturbios que bajo sus órdenes han aporreado con saña a la gente. En cualquier caso, es significativo que use la expresión enemigo para referirse a la ciudadanía. ¿Se ha convertido la ciudadanía en el enemigomientras que los Correas, Bigotes y otros empresarios y políticos corruptos son el amigo —el amiguito del alma—? En tierras valencianas parece que sí.
La Delegada del Gobierno, Paula Sánchez de León, no ha visto por ningún lado desproporción en la actuación policial. Siendo Ministro de Gobernación en el año 76, Manuel Fraga —insigne fundador del partido que ahora nos gobierna— tampoco apreció desproporción en la actuación policial que se produjo en una asamblea de trabajadores celebrada en una iglesia de Vitoria, con un resultado de cinco jóvenes muertos y cientos de heridos. Entonces Fraga utilizó una justificación parecida a la que estos días han usado varios responsables políticos, haciendo recaer la culpa de los resultados sobre quienes habían instigado las protestas. Es decir, sobre los enemigos, contra los cuales cualquier cosa valía.
Mariano Rajoy ha afirmado que hoy no podemos dar ya esa imagen ante el mundo. Igualmente, Carlos Fabra ha insinuado que la gran repercusión de los acontecimientos se debe a que hay quien tiene interés en dañar la imagen de la Comunitat. La apariencia es lo que les preocupa. Si no hubieran imágenes de los excesos policiales y todo hubiera quedado en el anonimato del calabozo, no habría problema. Pero hay imágenes y son escandalosas. Imágenes propias de una época preconstitucional que una democracia no se puede permitir. Imágenes que dañan nuestra apariencia. Y es fundamentalmente la apariencia es lo que ha contado hasta ahora. Qué bonita está Valencia, con su Ciudad de las Ciencias. Qué bonita estaba mientras nuestros adolescentes estaban estudiando en barracones indecentes. Qué lujo de Copa América y de Fórmula 1. Qué lujo, pero muchos de nuestros investigadores se han quedado sin un lugar de trabajo desde donde aportar a la sociedad su conocimiento. Qué honor la visita del Papa. Qué honor para algunos, pero qué vergüenza para todos que en nuestros centros sanitarios falten medios para atender a las personas enfermas. Y así con aeropuertos sin aviones, estudios de cine sin cámaras ni actores, parques de atracciones sin público y un largo etc., hasta acumular la deuda per capita más alta de España.
¿No se dan cuenta de que la imagen de la Comunitat ya estaba por los suelos? La han hundido ellos con su delirante gestión de lo público. La han hundido ellos y sus amiguitos del alma con desfalcos como su Gürtel, su Brugal, su Emarsa o su Noos, siempre apoyados por su CAM, su Bancaja y su Banco de Valencia. La han hundido ellos construyendo una administración de pandereta, donde cuanto más sinvergüenza seas, mejor te irá. La han hundido ellos, humillando a los profesionales de la información que trabajan en Canal 9, obligándoles a disfrazar la realidad de fallera. Ellos, y no la gente que protesta en la calle para reivindicar los derechos que la constitución les reconoce, son quienes han hundido la imagen, y no sólo la imagen, de Valencia.
Ellos son los enemigos, y no quienes se manifiestan con un libro en la mano. Ellos representan la nueva dictadura de tipo financiero impuesta por la globalización, que obliga a privatizar servicios públicos en nombre de la austeridad exigida por los mercados; pero también encarnan las viejas formas autoritarias del antiguo régimen, que permitían vulnerar los más básicos derechos civiles de las personas. Quienes se manifiestan con un libro en la mano, en cambio, han representado la dignidad. La dignidad de un pueblo consciente de sí mismo, que está determinado a luchar para defender sus derechos, que sabe que se está jugando su futuro.
Es fundamental distinguir entre amigos y enemigos. Y parece que vamos teniendo claro quiénes son los verdaderos enemigos. Pero no podemos caer en la provocación de la teoría de Schmitt. Cualquier medio no vale para enfrentarse al enemigo. De esta primavera valenciana podemos aprender una lección común: hay causas que permiten crear un amplísimo frente popular y, si esas causas son planteadas de forma colectiva y coordinada, ningún gobierno se puede resistir a ellas. Una de esas causas es la defensa de la educación pública y de calidad, base de una sociedad libre. Otra de esas causas es el principio de legalidad que rige en un Estado de Derecho. Según este principio, los poderes públicos están sometidos a la ley y, por lo tanto, cualquier funcionario es responsable de su actuación cuando la infringe.
Un requisito básico para que se puedan exigir las responsabilidades de cualquier funcionario por su actuación ilegal es, obviamente, que se le pueda identificar. Esto no pasa con los agentes antidisturbios que hemos visto actuar estos días en Valencia. Se ha convertido ya en una costumbre violar la norma que obliga a cada agente a identificarse con claridad. No lo podemos permitir. No lo podemos permitir porque si un policía no está identificado no es un funcionario responsable de sus actos ante la ley; sino que se convierte en un pandillero anónimo que usa la violencia a discreción. Por eso una de esas reivindicaciones fuertes y unitarias debe consistir en pedir la identificación de cada agente antidisturbios. No ya con una pequeña placa que con dificultad se puede apreciar en una situación de conflicto, sino con un número grande en cada uniforme, de modo que cada agente sea identificable con claridad en los vídeos que la ciudadanía graba. ¿Quién puede no estar de acuerdo con esta reivindicación? Sólo quienes sean los verdaderos enemigos de la democracia y de los derechos fundamentales. El resto, la ciudadanía en su conjunto, debe unirse en reivindicaciones como ésta. Se trata simplemente de exigir el cumplimiento de las reglas del juego democrático. Nuestras armas están precisamente en aquello que ellos, los enemigos del alma, están atacando: la educación y el conocimiento. Los libros en alto. La imaginación al poder. La ley en la mano.
Investigador del Institut de Drets Humans Universitat de València
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