Gregorio López Sanz - ATTAC Albacete
gregoriolopezsanz.blogspot.com
Tras la reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo y del Consejo de la UE de los días 8 y 9 de diciembre de 2011, continuar dentro de la moneda común sólo traerá más desigualdades y fracturas sociales.
Hay quienes dicen que una salida del euro de España en el contexto de la actual crisis sería un desastre. Sin embargo, los/as que así se manifiestan no suelen calificar de desastre lo que YA está aconteciendo como consecuencia de seguir aferrados a toda costa al euro y a sus reglas: las nulas esperanzas de millones de trabajadores/as de encontrar un empleo, la quiebra generalizada de administraciones públicas y los servicios que hasta ahora venían prestando, el miedo creciente de la gente a su futuro inmediato, el poder absoluto de los magnates de las finanzas gracias a la connivencia de políticos cómplices, el aumento de la represión policial para frenar las ansias de ciudadanía de la gente indignada, el pisoteo de derechos sociales porque la estabilidad presupuestaria se impone a las personas,...
Toda esta cruda realidad se ha gestado, ha irrumpido y se está propagando gracias a una moneda única pensada y estructurada para mayor gloria de los bancos. Límites estrictos al déficit público y a la manera de financiarlo exclusivamente a través de los bancos privados y fondos de inversión especulativos. Un Banco Central Europeo (BCE) que se abre de par en par y ofrece créditos en barra libre a estos mismos bancos, mientras que se cierra a cal y canto a la hora de facilitar financiación a la economía real: pequeñas empresas, familias y administraciones públicas. Instituciones de la Unión Europea que, de acuerdo con su tradición de mercaderes más mezquina, no quieren ni oír hablar de fiscalidad justa ni de políticas redistributivas que permitan reforzar la solidaridad e invertir las vergonzosas desigualdades sociales.
Así, después de los resultados decepcionantes del Consejo de Gobierno del BCE y del Consejo de la UE, aliñados con los flirteos de ambas instituciones con el Fondo Monetario Internacional, la agonía del euro se prolonga, y se lastran con ruedas de molino las esperanzas de quienes más están sufriendo las consecuencias de la crisis. Por ello, ante este panorama desolador, cualquier alternativa se presenta como digna de estudio y de posible aplicación.
Salir del euro implica, sobre todo, recuperar instrumentos de política económica que tradicionalmente tenían los estados de la UE, y de los que hoy incluso siguen disponiendo EE.UU, Reino Unido, China y la mayor parte de los estados del mundo. Me refiero a utilizar la política monetaria y financiera para favorecer la consecución de objetivos como el impulso de la actividad económica dirigida a satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía (vía tipos de interés y tipos de cambio). También pasa por recuperar el control ciudadano de los mercados financieros y de las instituciones que operan en ellos, avanzando en el impulso y consolidación de una banca pública y cooperativa que atienda con criterios sociales aquellos ámbitos básicos de la vida que la banca privada deja de lado o bien atiende con criterios de usura.
Salir del euro implica, expulsar (bueno, saldrán ellos solos en estampida) a todos los capitales especulativos que ante el temor de una devaluación de la nueva peseta, buscarán evitar una pérdida patrimonial. Perfecto. Una vez que hayan salido, no hay que dejarles entrar de nuevo. Hay que imponer férreos controles de movimientos de capital para evitar que la especulación continúe con sus estragos, teniendo claro que ello (los controles de capital) fue la norma en todos los países desde el final de la II Guerra Mundial hasta los años 80 del siglo XX, en que el pensamiento único neoliberal puso precio a todo, de la mano de legislaciones desreguladoras y liberalizadoras, que favorecieron la concentración del poder y la privatización y desmantelamiento de lo público.
Salir del euro implica, reconocer la falacia y la inviabilidad del crecimiento económico como solución a los males sociales y ambientales de nuestras sociedades. Frente a un mercado global y un mundo en venta, es preciso apostar por relaciones sociales y económicas de cercanía donde, superado cierto nivel básico, más producción y consumo no es mejor. En definitiva, desenmascarar el mito del crecimiento económico y comenzar a transitar por las sendas que nos propone “el decrecimiento” y/o “el buen vivir”. De las dos funciones básicas del dinero, medio de cambio y depósito de valor, sólo debería protegerse la primera, y la segunda, ligada a la acumulación de riqueza y a la especulación financiera, debería restringirse severamente.
Salir del euro implica, rechazar la pertenencia a un club de países que se rige mediante normas fijadas por los grandes lobbies empresariales y financieros, donde dos estados marcan la estela a seguir y el resto aprueba acríticamente. Y si a algún gobierno se le ocurre cuestionarlas, se ejecuta un golpe de estado a partes iguales entre especuladores e instituciones económicas internacionales, y se ponen en el poder un grupo de “tecnócratas” bien adiestrados, con una amplia experiencia al servicio de la bestia financiera.
Salir del euro implica, tomar las riendas de nuestro propio destino. Asumir que se va a producir un fuerte choque con colapso incluido (en línea con el que ya está teniendo lugar), pero que podemos aprovechar el momento para impulsar de raíz un cambio de envergadura, no cosmético, en línea con la profundidad y la gravedad de la crisis sistémica en la que estamos inmersos.
Pero como cabe pensar que el próximo gobierno del PP no se va a sumar al cambio al que invitan estas propuestas, y además no hay tiempo que perder, toca a la gente, organizada en pequeñas comunidades, comenzar a vivir de otra manera. Sin perder de vista lo que ocurre en las altas instancias de gobierno, sin dejar de luchar en la calle por cambios globales, pero comenzando ya a transformar lo más cercano, lo local, comenzando por nosotros/as mismos/as, uniendo inquietudes y respuestas. No hay excusa. La desunión en estos momentos es un lujo que sólo podrían permitirse los ricos, y ni ellos la practican.
Tras la reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo y del Consejo de la UE de los días 8 y 9 de diciembre de 2011, continuar dentro de la moneda común sólo traerá más desigualdades y fracturas sociales.
Hay quienes dicen que una salida del euro de España en el contexto de la actual crisis sería un desastre. Sin embargo, los/as que así se manifiestan no suelen calificar de desastre lo que YA está aconteciendo como consecuencia de seguir aferrados a toda costa al euro y a sus reglas: las nulas esperanzas de millones de trabajadores/as de encontrar un empleo, la quiebra generalizada de administraciones públicas y los servicios que hasta ahora venían prestando, el miedo creciente de la gente a su futuro inmediato, el poder absoluto de los magnates de las finanzas gracias a la connivencia de políticos cómplices, el aumento de la represión policial para frenar las ansias de ciudadanía de la gente indignada, el pisoteo de derechos sociales porque la estabilidad presupuestaria se impone a las personas,...
Toda esta cruda realidad se ha gestado, ha irrumpido y se está propagando gracias a una moneda única pensada y estructurada para mayor gloria de los bancos. Límites estrictos al déficit público y a la manera de financiarlo exclusivamente a través de los bancos privados y fondos de inversión especulativos. Un Banco Central Europeo (BCE) que se abre de par en par y ofrece créditos en barra libre a estos mismos bancos, mientras que se cierra a cal y canto a la hora de facilitar financiación a la economía real: pequeñas empresas, familias y administraciones públicas. Instituciones de la Unión Europea que, de acuerdo con su tradición de mercaderes más mezquina, no quieren ni oír hablar de fiscalidad justa ni de políticas redistributivas que permitan reforzar la solidaridad e invertir las vergonzosas desigualdades sociales.
Así, después de los resultados decepcionantes del Consejo de Gobierno del BCE y del Consejo de la UE, aliñados con los flirteos de ambas instituciones con el Fondo Monetario Internacional, la agonía del euro se prolonga, y se lastran con ruedas de molino las esperanzas de quienes más están sufriendo las consecuencias de la crisis. Por ello, ante este panorama desolador, cualquier alternativa se presenta como digna de estudio y de posible aplicación.
Salir del euro implica, sobre todo, recuperar instrumentos de política económica que tradicionalmente tenían los estados de la UE, y de los que hoy incluso siguen disponiendo EE.UU, Reino Unido, China y la mayor parte de los estados del mundo. Me refiero a utilizar la política monetaria y financiera para favorecer la consecución de objetivos como el impulso de la actividad económica dirigida a satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía (vía tipos de interés y tipos de cambio). También pasa por recuperar el control ciudadano de los mercados financieros y de las instituciones que operan en ellos, avanzando en el impulso y consolidación de una banca pública y cooperativa que atienda con criterios sociales aquellos ámbitos básicos de la vida que la banca privada deja de lado o bien atiende con criterios de usura.
Salir del euro implica, expulsar (bueno, saldrán ellos solos en estampida) a todos los capitales especulativos que ante el temor de una devaluación de la nueva peseta, buscarán evitar una pérdida patrimonial. Perfecto. Una vez que hayan salido, no hay que dejarles entrar de nuevo. Hay que imponer férreos controles de movimientos de capital para evitar que la especulación continúe con sus estragos, teniendo claro que ello (los controles de capital) fue la norma en todos los países desde el final de la II Guerra Mundial hasta los años 80 del siglo XX, en que el pensamiento único neoliberal puso precio a todo, de la mano de legislaciones desreguladoras y liberalizadoras, que favorecieron la concentración del poder y la privatización y desmantelamiento de lo público.
Salir del euro implica, reconocer la falacia y la inviabilidad del crecimiento económico como solución a los males sociales y ambientales de nuestras sociedades. Frente a un mercado global y un mundo en venta, es preciso apostar por relaciones sociales y económicas de cercanía donde, superado cierto nivel básico, más producción y consumo no es mejor. En definitiva, desenmascarar el mito del crecimiento económico y comenzar a transitar por las sendas que nos propone “el decrecimiento” y/o “el buen vivir”. De las dos funciones básicas del dinero, medio de cambio y depósito de valor, sólo debería protegerse la primera, y la segunda, ligada a la acumulación de riqueza y a la especulación financiera, debería restringirse severamente.
Salir del euro implica, rechazar la pertenencia a un club de países que se rige mediante normas fijadas por los grandes lobbies empresariales y financieros, donde dos estados marcan la estela a seguir y el resto aprueba acríticamente. Y si a algún gobierno se le ocurre cuestionarlas, se ejecuta un golpe de estado a partes iguales entre especuladores e instituciones económicas internacionales, y se ponen en el poder un grupo de “tecnócratas” bien adiestrados, con una amplia experiencia al servicio de la bestia financiera.
Salir del euro implica, tomar las riendas de nuestro propio destino. Asumir que se va a producir un fuerte choque con colapso incluido (en línea con el que ya está teniendo lugar), pero que podemos aprovechar el momento para impulsar de raíz un cambio de envergadura, no cosmético, en línea con la profundidad y la gravedad de la crisis sistémica en la que estamos inmersos.
Pero como cabe pensar que el próximo gobierno del PP no se va a sumar al cambio al que invitan estas propuestas, y además no hay tiempo que perder, toca a la gente, organizada en pequeñas comunidades, comenzar a vivir de otra manera. Sin perder de vista lo que ocurre en las altas instancias de gobierno, sin dejar de luchar en la calle por cambios globales, pero comenzando ya a transformar lo más cercano, lo local, comenzando por nosotros/as mismos/as, uniendo inquietudes y respuestas. No hay excusa. La desunión en estos momentos es un lujo que sólo podrían permitirse los ricos, y ni ellos la practican.
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