lunes, 13 de agosto de 2012

¡Hay que hacer los deberes!

Yolanda Jarabo Crespo – ATTAC Castilla-la Mancha

Esta debió ser la frase/slogan del PP al presentarse a las últimas elecciones. La oímos sistemáticamente, como un ronroneo, con el que nos martillean, desde el Sr. Presidente de la Nación, hasta cualquier consejero de cualquier Autonomía, pasando por cualquier alcaldesa, ministro o cualquier otro cargo político del partido que ostenta el poder en nuestra querida España.

Su efecto debe estar dirigido a infantilizar a la población, a hacer que los españoles de a pie nos sintamos malos alumnos, los últimos de la clase de la UE. Y lo peor de todo es que, aunque nos alaban desde el Exterior, porque vamos cumpliendo con caligrafía exquisita las tareas impuestas por Europa, aquí nada parece ser suficiente y todo empeora. Bueno, entiéndase: bajan los sueldos, aumenta la pobreza, se desestructura la sanidad y la siempre “maltratada educación pública”, aumenta el paro… Aunque todo esto no debe significar “empeorar” a tenor de las últimas recomendaciones de Mario Draghi: ya saben que nos encomina “a bajar más los sueldos, a despedir a los trabajadores como si fueran recambios de bolígrafo…”

Yo no puedo dejar de salir de mi asombro. Casi he caído en un estado de estupor. ¿Pero qué es esto? ¿Cual es el pecado de la clase media y de la clase obrera? Ya entiendo: nuestro error ha sido creer que teníamos derecho a una vivienda digna, a poder viajar al extranjero, a gozar de uno de los mejores Sistemas Sanitarios del mundo, a intentar que nuestros hijos aprendieran ese inglés que a nosotros tanto nos costó, a elegir democráticamente a unos políticos que creíamos que velaban por nuestro bien, a confiar en una Monarquía que como elemento simbólico estabilizador “nos protegería de males mayores”. Pero no fue pecado, fue ingenuidad, candidez.

Miren Vds., Sres. Políticos: yo nací en un país en el que se trabajaba duro, muy duro. En el que mis padres y mis abuelos con sus manos y su sudor, enterrando los recuerdos de una Guerra Civil, asumían el silencio como condición necesaria para que sus hijos pudieran salir adelante. Y llegó la libertad, y los muy jóvenes de entonces la recibimos con júbilo, iniciando la construcción de un país en el que el libre pensamiento, la tolerancia, y el intercambio de ideas nos ayudaría a realizar el sueño de una España próspera, moderna, europea.

Y ese país al que me refiero, en el que se alcanzó el estado de bienestar, lo hemos edificado los que ahora somos clase media/trabajadora. ¿Y cómo? Pues trabajando, haciendo, como Vds. dicen, los deberes. Sí Sres. repito: trabajando como médicos, enfermeros, policías, profesores, maestros, bomberos, funcionarios en general, pequeños empresarios, comerciantes, autónomos, artesanos, empleados de servicios y un largo etc. Y aunque algunos digan que el funcionariado de este país se toca el ombligo, puedo poner el ejemplo que mejor conozco: el de nuestra Sanidad Pública que se cuajó con el esfuerzo de muchos profesionales convencidos del valor de su trabajo, que echaron muchas horas extras estudiando, publicando, acudiendo a congresos… para aprender y mejorar su práctica “pública”, sin esperar una paga extra. Puedo dar fe de ello. Porque nos movía algo situado en una escala de valores superior a la del dinero: nos movía el orgullo de construir para España el mejor Sistema de Salud.

Así que déjense de palabrería. Ni la clase media ni la clase obrera tienen la culpa, ni deben pagar por los graves errores cometidos por aquellos en los que un día confiamos: la clase política arrastrada por intereses “supranacionales”, metida en la ruleta de la globalización, de la especulación, de las transacciones irregulares, de los paraísos fiscales. Aquí lo que ha pasado es que nos hacían creer que prosperábamos por tener un piso en propiedad (hipotecado) y estrenar coche cada cinco años (por supuesto financiado), mientras los banqueros y otros afortunados se hacían inmensamente ricos. Y me temo que estos no tenían que pagar IRPF, ni rendir las cuentas a Hacienda que otros hacíamos todos los años.

Pienso en trabajadores, clase humilde que mejoró su calidad de vida en estos pasados años. Pasaron de vivir sólo de “criar gorrinos”, recoger la oliva, endurecer sus pies con el trasiego de ganado a que sus hijos aumentaran su nivel adquisitivo con el ladrillo, o con el hormigón. Muchos pudieron ir de viaje de novios a un crucerito por el Mediterráneo o a visitar las Islas Canarias, hasta entonces patrimonio de la clase media. Ahora están en paro, con hijos, sin subsidio. El hambre les acecha. ¿El hambre en España?!Pero si esa era la historia de mi abuela!

Y cuando escucho pertinazmente a nuestra vicepresidenta la Sra. Soraya Saiz de Santamaría, con ese gesto duro, pétreso, imponiéndonos “medidas dolorosas pero necesarias” un escalofrío recorre mi espalda. Porque vuelvo a los tiempos de la escuela en los que la palmeta y las rodillas enrojecidas por el castigo cara a la pared durante algunas horitas nos hacían creer que lo que duele cura.

En esto han transformado este país: en una escuela esperpéntica en la que el castigo nos llevará a la redención. Corona este paisaje el decano de la institución: el Sr. Draghi con sus innumerables exigencias, que rozan la perversión, para que nos reconduzcamos por el buen camino de la escuela del Euro, de la EU. Pero tal vez la idea de nuestro decano sobre lo que queremos construir en Europa no coincida con la suya. ¿No debería preguntarnos que creemos, a qué aspiramos? Aunque seamos los peores de la clase, hasta la fecha nadie ha dicho que seamos tontos…

En un aspecto sí le doy la razón a Draghi: España necesita mayor esfuerzo educativo. Pero eso ya lo dijeron otros de mayor calado intelectual: Ortega hablaba de “tratar de sacar a la luz en fórmulas claras esas opiniones inexpresas, íntimas, que todos llevamos dentro y que constituyen lo mejor de nosotros mismos”. Se trataba de reeducar a España. Ramón y Cajal decía que “España no es un pueblo degenerado sino ineducado”. Quiero insistir en que no sé a qué tipo de educación se refiere Draghi. Yo me centro en aquella que permite a los individuos reconocer por si mismos los hechos, los valores que esos hechos sustentan y los deberes de dichos valores conllevan

Por tanto sólo me queda añadir que sean los que de veras han llevado al país a una crisis económica y social sin precedentes, los que salgan al centro del patio del cole, y allí nos expliquen cuantas tareas dejaron incompletas. Y que ahora repitan tantas veces como sea necesario los deberes que no cumplieron, con palmeta incluida si es necesario. Ah! Y en la clase más segura de este colegio en que se ha convertido España. No vaya a ser que se vuelvan a escapar otra vez por la puerta trasera del patio.

Referencias:
Gracia, Diego (2011). La cuestión del valor. Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Ortega y Gasset, José (2004-2010). Obras Completas. 10 vols. Madrid, Taurus
Ramón y Cajal, Santiago (2005). Reglas y consejos sobre investigación científica. Madrid. Espasa

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